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Definiría a la Fe como aquella creencia en algo no vemos ni podemos tocar, en algo que quizás todavía no es probable; pero dentro de nosotros tenemos la certeza de que sí existe y que sí posible. Pienso en la Fe como aquella seguridad que nos hace ser capaces de superar cualquier obstáculo.

Como dijo Francisco, la Fe no tiene sentido si repetimos el Credo de memoria, si vamos a la Iglesia sólo por compromiso, o si nuestras acciones en la vida cotidiana resultan lo contrario a lo que predicamos. Por lo tanto, considero que para tener Fe es necesario creer en Dios, quien no podría existir si nosotros no lo hubiéramos manifestado primero.

Por lo tanto, en la tercera etapa de la revelación, necesitamos de la Fe para retribuirle a Dios todo lo que ha hecho por nosotros. Que hayamos sido creados a imagen y semejanza de Dios significa que Él está presente en nuestros corazones, y si realmente lo manifestamos, todo su amor lo veremos reflejado en nuestras acciones. Me hace acordar a una frase de Los Miserables: “Amar a otra persona es ver el rostro de Dios”. Esto se ejemplifica cuando Jean Valjean es un criminal, y aún así se ve conmovido por la amabilidad del obispo que fue una de las pocas personas que lo trató bien. Lo mismo sucede cuando la Fe es puesta en servicio de la caridad.

Dios no quiere que nos quedemos sentados esperando los milagros. Sino que pongamos en práctica todo lo que aprendimos en la revelación y llevarlo a cabo en nuestra vida cotidiana, siempre teniendo a la Fe como nuestra mejor aliada.

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