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Que Dios “haga milagros” no refleja más que la imagen de un dios intervencionista y metido en asuntos humanos que no le corresponden, ya que nos dejó este planeta a nuestro cuidado y responsabilidad. Si la vida se tratara de un juego, estaría en modo creativo: como confía en nosotros, nos concede la libertad para crear o destruir.

Además, ¿son acaso los milagros una lotería en la cual no todos pueden ganar? Como dice el autor, no sería muy justo si Dios de repente interviene y decide salvar la vida de un niño enfermo, mientras que al resto los deja morir. Si nos tomáramos en serio este concepto erróneo, entonces Dios sería el gran programador de un juego de supervivencia, en el cual decide a quién le toca salvarse y a quién no.

Esta imagen sólo nos muestra algo infantil que la mente humana crea para buscar explicaciones a sus incertidumbres. Gracias a esta imagen errónea que los humanos se han inventado, millones de estafadores alrededor del mundo utilizan el nombre de Dios para obtener beneficios económicos. ¿Desde cuándo los milagros se comercializan, o se pasan por la televisión, o se venden como algo imposible que se puede realizar?

Me da la impresión de que el ser humano se plantea al dios intervencionista cuando no quiere intervenir en su propia vida. Es mucho más fácil creer que el problema se resolverá por algo sobrenatural, en lugar de hacer un trabajo introspectivo y confiar en uno mismo. Esto también explica el por qué en las oraciones siempre “pedimos” que Dios o la realidad cambien, ya que pocas veces asumimos el coraje o la iniciativa de cambiar nosotros. Dios está dentro de cada uno, y transforma nuestro corazón para que nosotros podamos cambiar la realidad. Por último, no hace falta buscar en otro lugar o depender de algún milagro para nunca dejar de sentir su presencia y compañía.

¿Y qué es un milagro?

Antes de definir qué sería milagro, debo citar al físico y teólogo Polkinghorne, quien explica que “no debieran interpretarse como acciones divinas que contradicen las leyes de la naturaleza, (…) sino como revelación más profunda de la forma como Dios se relaciona con su creación”. Además, como menciona Mardones, “hay muchos signos o milagros donde las personas pueden ver una manifestación de Dios”. Por lo cual, por algo será que con Juan en el Evangelio se le llama «signo» en lugar de «milagro», ¿no?

Como conclusión, en lugar de  quedarme con la simpleza de que milagro equivale a acción divina, lo definiría como una huella o signo en nuestra propia realidad que refleja la manifestación de Dios, la cual siempre estuvo ahí pero que nunca nos percatamos de ver. Ese signo se nos revela en todas las circunstancias, siempre y cuando estemos dispuestos a confiar. A esta definición también le añadiría un sentido más metafísico: nos invita a abrir los ojos incluso en una realidad que ya conocemos, porque nos hace usar la mente en predisposición de aquello que queremos.  

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