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Todas las personas somos seres religiosos, así como también somos seres espirituales, materiales, únicos e irrepetibles. Ahora, la cuestión está en que no todas las personas quieren desarrollar esa capacidad religiosa a lo largo de su vida. Algunos no están de acuerdo con lo que dicen los sacerdotes, otros se sienten decepcionados porque Dios los abandonó, y a otros simplemente no les surge la curiosidad y se muestran indiferentes.


¿Alguna vez no te detuviste un segundo y te pusiste a pensar cómo algunas cosas están creadas por el ser humano? El hecho de admirar una obra de arte, escuchar una pieza musical, leer historias increíbles, entrar a un templo que hasta puede intimidarte por semejante grandiosidad… ¿Cómo todo eso puede ser creado por el ser humano que, supuestamente, es alguien “puramente racional”?

Nuestra mente tiene un poder tal que nos permite imaginar, comunicarnos, hacer posible todo lo que esté a nuestro alcance. Y, si bien los avances científicos y matemáticos hacen posibles todos los descubrimientos, todo esto no sucedería sin que el ser humano haya nacido en este mundo con una capacidad espiritual, y, por consiguiente, religiosa.

Ambos términos están relacionados. Si el ser humano es un ser espiritual, por lo tanto, puede reflexionar sobre sí mismo, cuestionarse, analizar, imaginar, y sobre todo, hacer realidad sus pensamientos. Esto último, lo relaciono con la Ley de Atracción: donde sólo a través de la creencia, de la FE, uno puede hacer realidad sus deseos. Le pregunté a una psicóloga sobre este tema, y me dijo que es verdad, sólo que en Psicología se conoce con otros términos. Pero la idea es la misma: si uno constantemente piensa en situaciones negativas y desesperantes, por ende, actuará de acuerdo con esos pensamientos y su vida estará en predisposición a ellos.

Lo contrario para una persona cuyo mayor deseo, por ejemplo, sea viajar: si de manera constante lo piensa, lo sueña, su mente actuará de forma tal que, en las calles, en las redes, en la vida misma, esa persona comprobar que el Universo está conspirando de acuerdo con su deseo de viajar, ya que esa persona lo está manifestando. Sin embargo, y según la Ley de Atracción, el deseo no puede verse manifestado sin la acción, sin la voluntad.

Ahora, ¿qué tiene que ver todo esto con Dios y el ser religioso? Pues que de la misma manera en que tenemos la capacidad de crear arte y auto reflexionar, también tenemos la capacidad de manifestar. Como dice el artículo, el ser humano tiene tantas preguntas y tantas preocupaciones, que busca algún tipo de consuelo en un ser, y así puede calmar su ansiedad. Ese ser para los cristianos es Dios, para los judíos Yahvé, los musulmanes Alá, entre otros. 

Que los humanos tengan la capacidad de manifestar de acuerdo con sus deseos, ¿quiere decir que Dios es inventado? No. Dios es una fuerza energética que va más allá de las capacidades humanas. El Universo es tan grande y maravilloso, tanto que uno se pregunta: ¿Cómo puede ser que todo eso haya salido de la nada misma? El mismo artículo dice que los científicos que lo estudian suelen ser más creyentes que en otras áreas. Aquel hecho ya se explica por sí sólo.

Jesús fue un ser humano tan lleno de FE que cambió la historia de la humanidad. Él manifestó a Dios, por el simple y a su vez complejo hecho de que Dios estuvo dentro de él en todo momento. Si todas las personas somos seres religiosos, ¿qué hace que uno sea más religioso que el otro? ¿o más espiritual que el otro? La creencia. Jesús tenía tanto poder mental, porque creía en sí mismo y por ende creía en Dios, tanto que logró cosas que ya todos conocemos. 

Por otra parte, si uno se pone a ver imágenes del Universo y las compara con lo que hay dentro del ser humano, descubrirá que no somos tan diferentes. Por ejemplo, uno científicos descubrieron que nuestras neuronas son similares a un cúmulo de galaxias en cuanto a la complejidad y la autoorganización. Todo esto me hace pensar que nosotros no somos más que el Universo experimentando su forma humana. Sólo seríamos escépticos y fundamentalistas si pensáramos como Einstein, quien consideraba que las escrituras son leyendas primitivas e infantiles, y que las religiones son similares entre sí.

Con respecto a lo último, las religiones abrahámicas comparten la creencia en un Dios. Lo que las diferencia es la comunidad y las tradiciones, las cuales varían según el contexto cultural en el que nacieron estas creencias. Sin embargo, la idea de Dios viene a ser la misma, así que el Dios católico no es el único válido. Dios es el mismo para todo ser humano, porque cada uno de nosotros somos seres religiosos.

Muchos ateos exponen el siguiente argumento: Dios es algo inmaterial y por ende no existe. Entonces, ¿cómo me explicás el amor, la tristeza, la alegría? Aquellos son conceptos abstractos también, y sin embargo cuando estás enamorado sentís amor. ¿Y cómo sabés que sentís amor? Porque ese amor se manifiesta en tu estómago nervioso, en tus manos agitadas, en tu corazón latiendo fuerte. Todas las abstracciones las llevamos a la Tierra cuando se manifiestan en cosas materiales. Por eso, Dios no lo ves, ni lo tocás, pero sí lo podés sentir manifestado en donde quiera que sea: ya sea en el mismo cielo, en la otra persona, en la naturaleza, en una mascota, en la belleza arquitectónica, el arte, en nosotros mismos.

Y con todos los problemas que suceden en el mundo, el ser humano, tenga o no desarrollada su religiosidad, siempre está en búsqueda de refugiarse en algo o alguien: ya sea en Dios, en la meditación, en el reiki, en la música, en la terapia psicológica, en las matemáticas, en lo que sea. Pero Dios es la FE que uno tiene en sí mismo. Es el poder mental que sólo depende de nosotros si quiere desarrollarse y llegar lejos.

Sin embargo, al igual que cuando entramos a una gran catedral, el ser humano queda pequeñito ante tal inmensidad. Esto último puede ser algo metafórico: el ser humano, por más capacidades, conocimientos y pensamientos que tenga, siempre se sentirá pequeño ante el gran misterio de Dios. Pero a su vez, si el Universo somos nosotros, quizás podemos tener una mínima certeza, esperanza y tranquilidad de que Dios no nos podrá dejar a menos que dejemos de existir.

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