“Si el dolor nos sucede irremediablemente en un momento de nuestra vida, el sufrimiento lo elegimos (o no) padecer en nuestra existencia”. El sólo hecho de que aparezca la palabra “elegimos” en esta frase, nos habla de una imagen de Dios que nos da la libertad para decidir cómo vamos a reaccionar frente al sufrimiento. Que tengamos la chance de elegir cuál será nuestra perspectiva, no significa que el dolor desaparezca o se sufra menos. Sino que dejamos de permitir que aquel sufrimiento se convierta en nuestro hecho de ser.
Con respecto al sacrificio, coincido con la idea de poder mirarlo como una consecuencia y no un camino. El hecho de que Jesús fuera crucificado es el precio, o la consecuencia, que tuvo que pagar por vivir en esas circunstancias sociohistóricas. Sin embargo, eso no significa que todo aquel que ame a Dios necesariamente deba sacrificarse muriendo en una Cruz, ya que eso no se trata de un requisito o camino para que nos recoja en sus brazos.
Como el sacrificio es consecuencia, pienso en esos sacrificios diarios que hacemos porque sabemos que detrás hay una finalidad, lo suficientemente valiosa, para que estemos dispuestos a renunciar a ciertas cosas. Se me viene el ejemplo de una estudiante de Periodismo, que a veces le toca estudiar cosas como Economía que sabe que no le agradan, pero aún así debe hacerlo porque su amor por la carrera es tal, que vale la pena sacrificar una parte de su tiempo e intereses.
Por ese motivo, “nuestro triunfo no será mayor porque la lucha es más grande, sino porque en esas circunstancias tal vez aprendemos a amar aún más, de manera más profunda”. De esta forma, se deja de lado la imagen del dios sádico y aguafiestas que suprime nuestro disfrute y necesita vernos sufrir. En cambio, se abre paso la imagen de un Dios que nos acompaña en todo dolor, toda agonía y sacrificio, porque sabe que, si realmente nos importa la finalidad, entonces cada dolor no sería más que un desafío que nos sirve para profundizar nuestro amor.
